A veces uno mira por la ventana y tiene esa
sensación de caos vertiginosos, de verse envuelto en redes invisibles de
alcance cósmico, que nos deja perplejos frente a la sola idea de ser uno en
millones, ser la parte más invisible de un cuerpo abstracto gigantesco,
sobrenatural, posiblemente más humano de lo que pensamos, pero más inhumano de
lo que somos capaces de describir.
Solemos pensar en quienes somos, en donde
estamos y hacia dónde vamos o queremos ir. Pensamos en el bien y el mal, en su
infinita esencia que agónicamente va deformándose y reformándose con el paso de
las vidas.
Y así, mientras uno pienso eso pasan autos,
una señora saluda a otra, un perro callejero ladra al vacío, un señor vende sus
revistas al público, alguien más se besa con su amor pasajero, otros solo miran
pantallas relucientes con desinformación muy seria, muy informativa; en
definitiva, mientras uno piensa eso pasa la vida, sucede la vida.
Y en ese suceder de la vida es que todos nos
quedamos como congelados en el primer momento de temblor, ese momento que
nuestros cuerpos nos recuerdan q no solo sentimos con el corazón, sino que
sentimos con cada partícula que nos compone y expone. Esos hormigueos estomacales
frente a la sola presencia de nuestro peor enemigo, el amor, que a la vez es
nuestro aliado más fuerte; ese cosquilleo generalizado frente a la noticia que
nunca habíamos esperado tanto, ese sabor que algo nuevo se aproxima, saber que
en ese acontecer de la vida estamos volviendo a ser indescriptiblemente felices
por unos milisegundos, bellos e infinitos.
Tan bellos e infinitos como el saber que somos
hermanos, saber que no sé, y saber que es así porque así lo quisimos. Libres,
palabra de honor.
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